Decadencias
Té matinal con Henry James
Diríamos que con el señor Henry James (1843-1916) siempre convendría tomar un té. Era educado, caballeroso y sabía lo que significaban las buenas maneras. ¿He escrito “significaban”, en pasado, por mera casualidad? Juzguen ustedes. Es el caso que editorial Periférica nos invita a un buen reencuentro con Henry James, con un librito que son parte de unas singulares memorias, pero del que no da demasiados datos, “El comienzo de la madurez”, traducción libre pero de algún modo exacta del libro que se llama en inglés “The middle years” –Los años medios- y que se publicó en 1917, es decir, póstumo. Por eso hallamos el esplendor del estilo largo y superanalítico de James, y por eso es un fragmento, largo y con sentido, de unas memorias del norteamericano nacionalizado británico que no llegó a terminar. No hay que
confundir este texto con otro de igual título –“The middle years”- ficción de fondo biográfico que James publicó en 1893 en el “Scribner’s Magazine”. “El comienzo de la madurez” narra la llegada de James a Inglaterra, desde Estados Unidos, y su fascinación por Londres, tal como la ciudad era en 1869. Eso fue para él el inicio de su madurez. A James le encantan las buenas maneras (por ejemplo
que una familia empingorotada lo invite a desayunar) al tiempo que ir descubriendo en sus paseos por la ciudad, las trazas aún visibles de algunos de sus autores favoritos, como Dickens. Todo ello en frases tan largas y minuciosas, donde casi la sintaxis y el detalle importan más que lo narrado, que a menudo nos puede recordar a la frase-río de Proust. El lector no debe, desde luego, esperar ninguna clase de confidencias íntimas (sino son muy sesgadas) bien porque al señor James no le parecían de buen gusto, sobre todo en uno mismo, o bien como se ha sostenido largamente porque, siendo impotente, el arte y sus emociones eran la verdadera intimidad de Mr. James.
Si sólo hay emociones artísticas y sociales que se sirven en frases sinuosas y sofisticadas, no sorprenderá saber que James se fascina asimismo (aparte del British Museum) con algunos escritores que empieza a conocer y con otros, incluso, con los que sólo coincide casualmente, de momento. Coincide admirando un Tiziano con Swinburne, el poeta de “Atalanta en Caledonia” y ello redobla su placer estético. Llega a hacerse amigo y a frecuentar el hogar de la escritora que se firmaba George Eliot, que le parece una imagen de la grandeza londinense. James, entre muchos detalles, se confiesa gran admirador de las novelas de Mrs. Eliot (de gran éxito en la época) pero si ello hoy puede extrañarnos un poquito, debemos recordar que Marcel Proust lloró leyendo una de esas novelas, “El molino del Floss” que yo descubrí en la biblioteca de una tía mía algo romántica. James recuerda a Lord Houghton, recientemente fallecido, que había llegado a ser amigo suyo y en su juventud, amigo y biógrafo de Keats. Y por supuesto se encandila con la naturalidad del gran poeta Alfred Tennyson, con el que tuvo un error, “el de haber supuesto a Tennyson algo sutilmente distinto a mí”. Precioso libro para amantes del buen gusto, a saborear con té Earl’s Grey y, claro, emparedados de pepinillo…
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